viernes, 27 de febrero de 2009

3.- Semana Grande de Cáceres.

Os sugiero una marcha atrás en el tiempo: fin de semana de Carnaval, las vísperas están a la vuelta de la esquina y la ciudad vive estos días tranquila cómo sus habitantes se desplazan a la Baja Extremadura a disfrutar de los festejos en honor a Don Carnal; en una casa, bajo la lúgubre luz de un ahumado flexo, se mueven muchos papeles y sobres, un grupo de cofrades se prepara para una nueva Semana Santa. Acostumbran a reunirse en el comedor de una céntrica cafetería cacereña, pero hoy no, hoy lo hacen en casa de uno de los del grupo, precisamente por ser sábado y haber fútbol, para evitar distracciones enfervorizadas.

Uno de los cofrades, el que hace de anfitrión, decide levantarse y coger un vetusto libro de fotografías, todas ellas de la Semana Santa de Cáceres. En él se puede ver cómo la Semana Santa ha evolucionado, y a partir de ahí se empieza a hablar y contertuliar, no en vano, aunque aún estemos en Carnavales, todo nos dice que estamos en Cuaresma.

El sol poco a poco se va ocultando y da paso al manto negro de la noche; la luna esta noche ha decidido no asomarse -mejor, que espere a la Semana Grande-, por lo que se puede ver con todo su esplendor las estrellas brillar, como cuentas de un rosario que poco a poco se va rezando y que nos acerca a los Días del Dolor y de la Muerte. Los ojos de esta tertulia de cofrades miran los relojes y sin darse cuenta se les ha pasado la tarde, hablando y preparando una nueva Semana Santa.

Momentos como éste, sin necesidad de ser una casa, los estamos viviendo a diario, en los bares con la caña y el pincho por delante, cuando un grupo de cofrades, más o menos nutrido, se juntan para hablar de lo que mejor saben, de Semana Santa: de sus anhelos y emociones, de sus sentimientos y añoranzas, de los momentos destacados, de lo que no les gusta, del saetero de turno que canta siempre en el lugar más inoportuno, del músico maniático y hasta del penitente que todos los años participa en todas las cofradías... en esencia, hacen hermandad, hacen grupo que a la hora de la verdad, en la liturgia de la túnica y el varal, si no existiese, poco o nada se llegaría a hacer.

Y son todas estas cosas, las que hacen que la Semana Santa sea grande, que la Semana Santa pueda llegar a llenar hojas de papel y espacios y espacios en Internet, que la Semana Santa de Cáceres sea lo que es, la Semana Grande de Cáceres.

martes, 10 de febrero de 2009

2.- ¿Quién no se acuerda de ...?

Parece curioso, pero los años nos hacen poco a poco perder la noción de las cosas que a todos nos quedan más alejadas, pero más curioso aún resulta que la conservamos en las cosas que tenemos más próximas. Curioso o no, lo cierto y verdad es que sólo nos acordamos de personajes ilustres de nuestras Cofradías cuando precisamente, aquellas personas de su entorno más cercano nos lo recuerdan bien por sus nombres, bien por sus hechos, por su presencia física o bien por sus nombres cariñosos.

El pasado domingo, vista la tarde que se presentó, decidí sentarme en el salón de mi casa a hojear un libro, lo cogí al azar de la amplia librería que tengo en mi dormitorio, y cual fue mi sorpresa, fruto de la coincidencia, que cuando quise caer en la cuenta del libro que tenía en mis manos, estaba terminando. No era otro más que el libro de "Cáceres en el pasado", del recordado y añorado Juan Ramón Marchena.

Decir el nombre de Juan Ramón Marchena, nos recuerda a este emblemático cofrade de nuestra ciudad, que más de uno simplemente lo conocía como "Juan Ra" o "Marchena", y que tanto hizo por la Cofradía del Nazareno. Hoy, más de un miembro de la Cofradía del Nazareno lo recuerda y añora, por muy diversos motivos; mientras, los demás cofrades, tan sólo lo recuerdan en determinados momentos, o cuando recuerdan alguno de los logros cosechados en vida.

Pero el caso de Juan Ramón Marchena no es el único caso, de la última hornada de ilustres cofrades que se nos han ido: quien no recuerda a Fausto Picapiedra, con su túnica a medio cerrar, dejando entrever la corbata negra que siempre llevaba puesta, en señal del luto al que nos invita la Semana Santa; o Antonio Rubio González, revistiéndose de una manera similar a Fausto Picapiedra, típica forma de vestir la túnica que recordaba a tiempos pretéritos; o Francisco Muriel, que acudía a rezar a Jesús Nazareno todos los viernes del año, hasta que un viernes, Jesús estaba algo más triste porque le faltaba su hijo Kiko en Santiago, aunque realmente estaba gozoso porque lo tenía a su lado.

Por todo ello, no es de extrañar que ahora, que nos prestamos a vivir una nueva Cuaresma en la ciudad, nos hablen de un homenaje de las Bandas de Cornetas y Tambores de la ciudad a Luis Dionisio Iglesias, y poco más que nos sorprendamos, pero cuando nos dicen que tras este nombre se esconde nuestro querido "Cuarto Kilo"... , ¿Quién no se acuerda de "Cuarto Kilo"?

domingo, 1 de febrero de 2009

1.- Infancia en las Cofradías.

Hoy, cuando la Semana Santa de Cáceres ha recorrido un largo camino, cuando empezamos a consolidar todo el trabajo desarrollado en la década de los 90, es conveniente mirarnos a nosotros mismos y recuperar parte de esos años en los que, formábamos en las filas infantiles de nuestras Hermandades.

Curiosamente, en estos años, lo mismo que en los sucesivos, la Semana Santa y la Estación de Penitencia de la Hermandad, era uno de los momentos más deseados aunque no se entendía la esencia y la importancia del momento que se iba a vivir: momentos realmente emocionantes, acompañando a Nuestros Amantísimos Titulares. Aún recuerdo mi primera estación de penitencia: ya han pasado más de veinte años, pero la recuerdo como si fuera ayer.

Fue el Lunes Santo de 1988, acompañé a los Titulares de mi Hermandad, la del Cristo de las Batallas, por las calles cacereñas. Por aquellos momentos, la Semana Santa no estaba concebida tal y como la conocemos hoy día, pero cierto es que se empezaban a dar los primeros pasos para llegar a lo que tenemos a fecha de hoy: la Semana Santa más importante de nuestra región.

Esa tarde del mes de marzo de 1988, todo eran nervios: mis padres no hacían más que decirme que durmiera siesta tras la comida, pero mis nervios me lo impedían, la ilusión de poder participar en tan importante acto. Finalmente, las manecillas del reloj avanzaron y llegó la hora de ir a Santa María, a vivir los fervor, devoción y anhelo la Estación Penitencial del Santísimo Cristo de las Batallas. En este primer año, contando con tan sólo seis años, acompañé a María Santísima de los Dolores, todo un honor.

En estos momentos, la Cofradía se formaba en la calle, saliendo los pasos y comenzando el discurrir procesional desde la inmensidad de la Plaza de Santa María. Únicamente procesionaban dos pasos: el Cristo de las Batallas y María Santísima de los Dolores. Acompañaba musicalmente la Banda de Cornetas y Tambores de la Cruz Roja, la primera de las bandas que procesionó en nuestra ciudad con uniforme de gran gala.

Poco a poco la procesión fue realizando su recorrido, y las fuerzas iban faltando, hasta que llegó el momento de abandonar el desfile procesional, allá en la Puerta de Mérida. El sueño se terminó, y sí, aunque fuera un niño de seis años, comenzó la ilusión por el año que viene. Pero las emociones de aquel Lunes Santo visto desde la mirada de un niño no acabaron ahí: siguieron con la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno procesionando la Virgen de la Misericordia.